La iniciación de Martinus

El proceso espiritual que le dio a Martinus conciencia de la inmortalidad, y que fue la condición para poder escribir El Tercer Testamento es descrito de la siguiente manera por él mismo:


«El “espíritu de Dios” que “se cernía sobre las agua”, el “fuego” que “quemaba en la zarza” ante Moisés, el “fuego” que llevó a Elías al cielo, el “fuego” en el que Jesús fue “transfigurado” en la montaña, el “fuego” que se mostró sobre las cabezas de los apóstoles y, luego, transformó a Saulo en Pablo camino de Damasco, el “fuego” que a lo largo de todos los tiempos ha sido “alfa “ y “omega” en cada forma de creación, manifestación o revelación superior ardía aquí delante de mis ojos, vibraba en mi propio pecho, en mi propio corazón y envolvía todo mi ser… Era como si reposase en el pecho de Dios todopoderoso. Me había detenido en el origen del amor universal, vi la perfección divina, era uno con el camino, la verdad y la vida, era uno con el gran Padre.

Para una explicación más detallada de la revelación, el espíritu santo o iniciación debo remitir a mi obra comenzada “Livets Bog”*. Aquí sólo mencionaré que un acontecimiento tan sublime siempre es una experiencia personal, enteramente destinada sólo al ser en el que tiene lugar, y que, naturalmente, nunca puede ser un hecho directo para otros seres que no sean el ser que es cubierto por el espíritu santo.
Las visiones espirituales que he tenido no significarían nada por sí mismas, si no hubieran dejado tras sí efectos visibles y accesibles para la facultad de percepción.

Lo fundamental para los lectores no son, así pues, las experiencias espirituales que he tenido, sino los efectos que han creado, porque estos efectos pueden ser investigados en mayor o menor grado por cada hombre moralmente apto para ello, imparcial y con libertad interior. Estos efectos constituyen mi manifestación conjunta: La creación de un análisis del universo verdaderamente matemático, una ciencia del espíritu absolutamente inconmovible y el consiguiente nacimiento de una nueva mentalidad, una nueva cultura en la que la comprensión verdadera de la vida, su sutil ley del amor y la lógica culminante del universo y resultado final, “todo es muy bueno”, de ser utopía pasan a ser verdadera vida, hechos palpables, accesibles para todo hombre con madurez o evolucionado en inteligencia y sentimiento».

 

 

Las siguientes palabras las escribió en el ocaso de su vida, cuando el conjunto de su obra estaba terminado y sólo quedaba presentarla al público bajo su legítimo nombre: El Tercer Testamento

«¿Qué es “el revelador de la verdad, el espíritu santo”? No es ninguna persona en absoluto, un nuevo Cristo que tenía que venir y ser un intermediario entre la Divinidad y los hombres. Es una ciencia sobre el universo y, con ello, sobre Dios. Debe ser un texto sobre la solución del misterio del universo. Es, por consiguiente, “un libro” en el que los hombres pueden leer, al igual que leen en la Biblia.

Este “revelador de la verdad, el espíritu santo que el Padre tenía que enviar” es, por lo tanto, un “libro de la vida” o un “libro del conocimiento” que iba a ser manifestado a la humanidad.
Pero un verdadero libro de la verdad sobre la Divinidad y el universo sólo puede constituir la continuación de la cultura mundial iniciada por Cristo hace casi dos mil años con el concepto “cristianismo”. Debía ser un libro que pudiera crear un centro docente o escuela intelectual, y no dogmática, de cristianismo. Debía ser un libro que mostrase la cultura mundial cristiana en su manifestación acabada, tanto física como espiritual. Debía ser un libro que esclareciese tanto la culminación de la oscuridad como de la luz, y la consiguiente función de vida existente en el universo, la inmortalidad de los seres.

Debía ser un libro que mostrase el infinito y la eternidad y las funciones de vida resultantes en forma de tiempo y espacio, y cuyas conclusiones más altas son la “omnisciencia” y “la omnipotencia”, cuya colaboración perfecta constituye “el amor universal” y, con ello, es lo mismo que lo eternamente vivo en los seres vivos. Aquí hemos llegado al “punto fijo” del universo y a su origen “el Padre de la Vida”, la absolutamente única Divinidad eterna que todo lo irradia.

Un libro así no puede dejar de contener “lo mucho” que Cristo tenía que contarle a la humanidad, pero que Dios les iba a dar más tarde a generaciones futuras. Un libro así no puede evitar ser “el revelador de la verdad, el espíritu santo”. Debido a su fundamental cimentación del cristianismo y en virtud de su parentesco con los dos testamentos de la Biblia, es justo denominarlo “El Tercer Testamento”. Dicho “Tercer Testamento” es, así, un libro de sabiduría o conocimiento. Nos muestra el resplandor eterno del “amor universal”. Muestra la “imagen de Dios” en la que todos los seres vivos físicos están siendo creados por medio de la reencarnación o renacimiento.
Aquí, en “El Tercer Testamento”, se ve a todos los seres inacabados, es decir, a “los seres físicos”, tanto animales como hombres, estar en el mismo camino, un camino que conduce inalterablemente hacia “la conciencia cósmica” y, con ello, a la experimentación de la gloria de oro del universo, la luz dorada, lo eternamente vivo en los seres vivos y, con ello, a “la conciencia de Cristo” y a ser “uno con Dios”. Cristo fue, claro está, el modelo para la creación de la conciencia de Dios en el hombre. ¿No dijo, precisamente, Cristo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la Tierra”? (Mat. 28, 18).

¿Cómo podría, si no, ser a “imagen de Dios” sin esta capacidad? ¿Y cómo podría ser creado cualquier otro ser a la misma imagen, sin que esto tuviera que llevar a la misma capacidad? “El revelador de la verdad, el espíritu santo”, en forma del presente “Tercer Testamento”, es, por consiguiente, una continuación de la enseñanza de Cristo. Es una continuación de la enseñanza de la luz eterna de “la estrella de Belén”. En esta luz eterna se le revela aquí al mundo la solución de los más grandes principios de la vida y, con ello, el fundamento inconmovible del cristianismo, el fundamento de vida de la felicidad y de la bienaventuranza».
*Martinus ha deseado que el título danés de esta obra, que significa El Libro de la Vida, se mantenga en todos los idiomas.

© 1981 Martinus Institut